La disciplina y las normas pueden facilitar el
aprendizaje y desarrollo en la escuela y sentar las bases de seguridad en la
familia. En este escrito hablaremos de estos dos escenarios socialmente
significativos, junto con una reflexión sobre la convivencia y con algunas
conclusiones que sean de ayuda para las personas que llevan la responsabilidad
y demanda social de formar y acompañar a adolescentes y jóvenes.
La convivencia y las normas
Somos seres sociales y necesitamos de los
otros para poder ser plenos en nuestra vida. En la realización personal, sin
los otros no tienen sentido los logros. Ya lo mencionaba Cristopher McCandless
en la película “Into the wild” (Penn 2007), cuando al final de su búsqueda de
libertad, en la soledad, se da cuenta que la felicidad sólo es valiosa cuando
es compartida.
Para los adolescentes y jóvenes es necesario aprender
a colaborar con otras personas. Usualmente tienen que lograr un intercambio de
ideas, sentires y en un futuro hasta asociaciones económicas que les traigan un
beneficio y les genere bienestar. Esto se verá influido en algún momento por
las dinámicas con las cuales aprendieron a convivir con las normas desde casa y
en la escuela.
En ambos escenarios delegamos nuestras
esperanzas de un mundo mejor y en ocasiones podemos exigir asuntos que no son
responsabilidad de ese escenario u organización. Lo ideal es que haya
colaboración entre en estos dos y se ajusten las expectativas para lograr un
ambiente saludable, que favorezca el aprendizaje y desarrollo (Dowling E &
Osborne E 1996).
Disciplina en la escuela
Curwin
y Mendler (2003) generan una propuesta para trabajar en la escuela de una
manera preventiva de mala conducta, no autoritaria, que permita tener ambientes
óptimos para el aprendizaje, revalorando las normas en un sentido positivo. Una
de sus sugerencias es hacer acuerdos con los alumnos (contratos sociales) y con
ello evitar que el ambiente en clases sólo dependa del profesor. Por ejemplo,
al iniciar el curso se dialoga con los estudiantes, ellos proponen algunas
normas que les parezcan importantes para poder aprender, el profesor confirma y
se guía durante el curso con estos acuerdos. Pueden incluir consecuencias
particulares como una clase de convivencia si se cumplen ciertos objetivos en
la clase (siempre y cuando la institución lo permita[1]).
Al hablar de los profesores (Curwin y Mendler
2003), indican que deben cuidar su desgaste y analizar los modos como aplican
las normas, procurando un balance y claridad entre lo que se espera de los
alumnos y la forma como se expresa. Si se es demasiado duro, se pierde de vista
el aprendizaje y se teme a la consecuencia. Si se busca ser demasiado cercano,
los alumnos generan un trato de “amigo” y menosprecian los contenidos o
habilidades a desarrollar.
Además, los docentes llegan a hacer
comentarios o acciones poco efectivas que mantienen una resistencia para el
trabajo en su materia o una lucha de poder, generando una competencia por el
mandato en el salón con los alumnos. Para resolver estas tensiones que pudieran
surgir hay que cuidar la confianza con el equipo administrativo[2] o
algún otro profesional que les permita analizar sus modos de actuar y lograr
acciones centradas en el logro de las habilidades de la materia, así como
atender las frustraciones o malestares personales, no relacionados directamente
con la enseñanza.
Una vez lograda esta ubicación de los propios
modos de proceder, podemos tomar la propuesta de Schmill (2008) para intentar
nuevas formas de llevar las normas de manera asertiva o evaluar las que son
exitosas y ver si se ajustan a estas ideas, que se basa en 5 puntos: ser claros
(definir que se quiere más allá de dar explicaciones), concretos (enfocarse en
comportamientos definidos, en cierto lugar y forma), concisos (decirlo en pocas
palabras), cumplidos (al no seguir el acuerdo o norma aplicar una consecuencia
relacionada con la falta), consistentes con las reglas (mantener la misma norma
y consecuencia a través del tiempo).
Es
importante tomar en cuenta que hay cierto porcentaje de alumnos que serán
disruptivos a pesar de los acuerdos o formas asertivas de comunicación. Se
pueden tomar otras herramientas para estos casos complicados como el dejar
pasar la provocación (apodos, ignorancia o gestos de descalificación hacía la
autoridad); evitar la lucha de poder y en su lugar reflexionar con la persona
al margen del grupo; dialogar junto con otro profesor sobre el conflicto y en
ocasiones hasta tener la posibilidad de “jugar” con la idea o conducta “descalificadora”
(Por ejemplo, si te critican por tu forma de vestir, trata de reírte de ti
mismo(a): “si, nunca ha sido lo mío la
moda, me quedé en los ochentas” y seguir con el tema del día) (Curwin &
Mendler 2003).
Normas en casa
La familia responde a diferentes retos como
las demandas de cierto estilo de vida o la presión por alcanzar estándares
lejanos de sus necesidades que pueden hacer complicado estar presentes. También,
en ocasiones es complicada la buena convivencia ya que no solo depende de la
forma como se llevan las reglas e instrucciones sino del ambiente en casa. Por
ejemplo, los secretos, así como las tensiones en las parejas (Fishman 1990),
generan interacciones que llevan a vivir malestar en los hijos que muestran a
través de síntomas o acciones rebeldes. En caso de estar en una crisis o con una
relación desgastada (descalificaciones, agresiones e inclusive violencia) es
importante acudir a pedir ayuda con un profesional que los lleve a entender y
resolver las tensiones de manera constructiva.
En
sentido positivo, las familias pueden generar un espacio con riqueza afectiva y
de respeto según las etapas y capacidades de cada uno de los integrantes. Estas
dinámicas constructivas podemos pensar que son el ejemplo de la armonía y el
amor que habita en este mundo.
Para iniciar respecto al manejo de reglas en
el hogar, debemos de reflexionar en una manera constructiva de ejercer la
autoridad, evitar la culpa y en su lugar ser asertivos siguiendo las mismas 5
condiciones mencionadas previamente de Schmill (2008): Concretos, concisos, cumplidos,
claros, consistentes. Por ejemplo: cuando tu hija no sigue alguna norma en casa
como dormir a las 9 de la noche, se pudiera hablar con ella de la siguiente
manera: Hija, el dormir a tus horas es bueno para tu salud y ayuda a que
aprendas mejor. “Si no te vas a tu cama a descansar, me quedaré contigo
hasta que me entregues tu tablet…” (pasan de las 9 de la noche y se sienta usted
a su lado o en su cuarto esperando a que le entregue el aparato). Si reincide,
se vuelve a repetir la misma idea y se procura la misma consecuencia centrada
en el sentido del descanso. (Hay que tener una autobservación y actitud
reflexiva para que esto tenga sentido. En caso de tener complicaciones para el logro
de la buena convivencia, habrá que preguntarse ¿Qué puedo hacer yo diferente?
Si no puede hacerse esta pregunta o percibe que ya no hay nada que hacer y tiene
poca paciencia con su hijo o hija; es probable que necesite de asesoría
profesional).
Además, puedes experimentar con diferentes acuerdos
con tus hijos. Puedes iniciar con un par
de actividades que es importante que ellos hagan, anotar las consecuencias y
que ellos las conozcan. No necesariamente tienes que premiar todos sus logros,
pero si reconocer cuando están hechas sus responsabilidades (Dowling E &
Osborne E 1996). (Habrá que procurar
priorizar las actividades más importantes. Si se quiere que se haga lo que no
se ha hecho de un día para otro, pudiera ser parte del problema y no una solución).
En casos extremos de comportamiento disruptivo,
cuando los hijos son violentos o agresivos, los papás dudan en la forma de proceder.
Se sienten apenados o culpables por las reacciones
de ellos o ellas y evitan comentarlo con los demás (Omer 2017). Buscan
culpables fuera de su núcleo familiar y pasan de tener actitudes hostiles a
negligentes sin poder quedarse en una propuesta asertiva (Schmill 2008).
Para responder ante estas condiciones
violentas pueden tomar las propuestas de la resistencia pacífica de Haim Omer
(2016)[3]. Uno
de sus principales objetivos es evitar responder ante las provocaciones que
generan lucha de poder o interacciones agresivas (físicas, verbales u otras). Menciona
varias ideas y comparto dos de ellas que me parecen fundamentales: la primera es hablar de este tema con alguien
de confianza (amigo o amiga de los padres de familia, el tío o tía de
confianza, algún entrenador o profesor cercano, etc.) y si se presenta la
amenaza del hijo o la hija contactar en ese momento al apoyo que hayas elegido
para que ayude(n) a resolver la situación conflictiva, les permita mediar y escuchar
las necesidades de él o ella. La segunda es evitar el control y apostarle a la
presencia, que su hijo o hija tenga claro que hay un papá, mamá o autoridad
cercana que no se va a alejar y no pretende obligar o controlar sino llegar a
una sana convivencia, procurando demostrar el afecto de manera sorpresiva
(hacerle su comida favorita, expresar cariño sin esperar una respuesta,
saludarlo o saludarla de manera cariñosa, aunque no quiera responder, etc.).
Conclusión
En un inicio las actitudes autoritarias
parecen tentadoras: las provocaciones de alumnos en las interacciones del día a
día nos pueden sacar de nuestro centro o equilibrio emocional (Curwin & Mendler
2003). Lo importante es retomar el sentido de la interacción, reflexionar sobre
nuestro hacer, no solo sobre los otros, e inclusive incluir un cuestionamiento
o toma de conciencia de nuestra escala de valores[4]
(Schmill 2008).
Además, podemos cometer errores en el manejo
de la disciplina o en el logro de los aprendizajes o las bases de la formación
de los adolescentes y jóvenes. Esto se
puede dar por ignorancia o falta de conocimiento de acciones eficientes aprendidas
desde nuestras familias de origen. Hay que tomar la responsabilidad de
cambiarlas o reaprender nuevas formas de manejarnos como autoridad (no se sabe
plantear un objetivo de trabajo, se procuran dinámicas ambiguas o agresivas). Lo
que es relevante es hacer una pausa y ver cómo estamos frente a este tema.
Así, podemos pensar que la exigencia del buen
comportamiento no depende del control o los castigos que infundan miedo.
Tampoco podemos ser rígidos o permisivos en cuanto las formas de relación con
la autoridad habiendo tantas necesidades o motivaciones no dichas o por
descubrir con los adolescentes y jóvenes, sino tomar el reto de ser autoridades
conscientes y humanamente responsables. Hay que saber reconocer que uno
necesita seguir aprendiendo, pensar que estamos en un contexto complejo y que
las “agresiones o malos modos” no son contra nuestra persona, aunque así pudieran
parecer, sino que son parte de las carencias o conflictos que hay que tratar de
manejar con compasión y con amor.
* Germán
Ríos Morfín, es psicólogo y terapeuta familiar, actualmente se desempeña como
coordinador académico en el bachillerato Pedro Arrupe, docente en la
Universidad Marista de Guadalajara y terapeuta clínico. Para conocer más su
trabajo: Supervisión
de la práctica en psicoterapia
Referencias
Curwin R y Mendler A (2003) “Disciplina con dignidad”,
México: ITESO
Dowling E & Osborne E (1996) “Familia y Escuela.
Una aproximación conjunta y sistémica a los problemas infantiles”. España:
Paidós
Fishman H (1990), “Tratamiento de adolescentes con
problemas. Un enfoque de terapia familiar”. España: Paidós
Omer, H (2017), “Resistencia
pacífica: nuevo método de intervención con hijos violentos y autodestructivos”.
Madrid:
Morata
Penn, S (Director). (2007) In to
the Wild. Paramount Vintage
Schmill
V (2008) “Disciplina inteligente en la escuela”, México: Producciones
Educación Aplicada S. de R.L. de C.V.
[1]
En algunas instituciones lograr
este cambio requiere un proceso paulatino, en otras el contexto supera el ideal
y se toman algunas medidas estrictas que no siempre van de acuerdo con la
necesidad de los estudiantes de ser escuchados
[2] El
ideal de apoyo se debe de dar en la misma escuela. En ocasiones las
organizaciones no han podido establecer esta confianza por conflictos internos
que se deben de tratar desde otra óptica no establecida en este escrito.
[3] En
este escrito se menciona de manera sencilla esta propuesta para dar una nueva
perspectiva que pueda disminuir el conflicto. Suele ser necesario un proceso
más complejo.
[4] En
ciertas situaciones la base del conflicto, cuando se tienen que mediar las
normas y consecuencias en casa y las escuelas, se basa en el contraste entre
las escalas de valores de las personas o las personas y las instituciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario